Club Deportivo Caspe
 

Temporada 1946/47


El Olímpico adquiere este año identidad propia. Lo que había comenzado como un juego de niños se convierte en una plausible realidad. La nueva formación coge el testigo de aquellos jugadores locales que, tras la marcha de los militares, no tienen un patrón común donde guarecerse y seguir practicando el deporte que les gusta y para el cual todavía están preparados física y técnicamente.

Con el entramado de sus fundadores al Olímpico se le van sumando nuevos efectivos: los veteranos Joaquín Martín y Miguel Martín, que ya no les miran como a "zagaletes", y los mineros Serrano, Pina y Esteban, que provenían del Errante. Del Ebro tan apenas hay trasvase de jugadores al nuevo conjunto.

El primer partido que juega el Olímpico como colectivo unitario acaba en derrota: Olímpico 1-Nonaspe 3; pero, lejos de desanimarles, sirve de acicate para emprender nuevos cometidos. Poco después se disputará el partido de vuelta.

Llueven las invitaciones y el equipo se desdobla en acudir a todos sus compromisos. Se nutre con nuevos valores que le refuerzan de forma consistente, logrando un armazón complicado de superar.

Viajan por toda la zona: Nonaspe, Fayón, Fabara, Ribarroja, Pina... Acuden a las fiestas de Peñalba, donde se enfrentan a un equipo formado por los jugadores locales reforzado con los estudiantes que estaban fuera y, al igual que en otros pueblos aunque tuvieran muchos habitantes, era dificilísimo ganarles.

"Los desplazamientos los hacíamos en el camión de Julián Martín con José Fillola de chófer", dice don Francisco Pina Prats, "...si se llenaba el vehículo cubría gastos y, si no, había que pagar hasta igualar el precio del viaje, aunque muchas veces no era necesario puesto que nos perdonaban la diferencia".

El 9 de noviembre del 46, según publica "El Noticiero", el Olímpico se desplazó a La Puebla de Híjar, lográndose un honroso empate con el equipo de aquella localidad.

Los partidos de casa los jugaba el Olímpico en el campo de Cabo de Vaca, al que se accedía dando la vuelta por el puente del Guadalope o, cuando el río andaba menguado, por una senda formada con piedras donde el cauce se estrechaba lo suficiente como para cruzarlo sin excesivos problemas. Pero por donde más caminaba la gente para llegarse al campo era por el puente del ferrocarril, peligrosa travesía puesto que a lo tortuoso del camino había que contar con el obligado paso de los trenes. Se vivieron innumerables anécdotas por esta circunstancia, desde el conocimiento exacto del horario de trenes hasta que alguno de ellos tuvo que detenerse para no atropellar a los viandantes. Afortunadamente, y casi de milagro, nunca sucedió ninguna lamentable desgracia por ir a presenciar los partidos de fútbol.

El campo seguía sin vallar (no lo estuvo en ningún momento después de la guerra) y para cobrar la entrada se ponían varios aficionados en los accesos del camino y solicitaban el oportuno abono. Los días de calor los jugadores, una vez concluido el partido o en el descanso, bajaban hasta la acequia próxima y allí se refrescaban de los sudores por el ejercicio físico realizado. Por contra, los días invernales o de mucho aire los espectadores se refirmaban en las tapias adyacentes para resguardarse en la medida de lo posible del meteoro. No era cómoda la situación, además el dueño del terreno mandó labrar el campo porque nadie le satisfacía el alquiler. Peripecias todas que, junto al incremento de la afición en el pueblo, hacen pensar en la construcción de un nuevo recinto más cercano y adecuado.

En la crónica de "El Noticiero" (9 de noviembre de 1946) antes mencionada se hace referencia a estos extremos en los siguientes términos: "Continúa el auge, el entusiasmo deportivo de nuestros jóvenes, obscurecido por las dificultades con que tropiezan, principalmente el terreno de juego, que esperamos ver desaparecer pronto con la cooperación de los buenos caspolinos que trabajan activamente en la consecución de un nuevo campo a quienes decididamente apoyamos".

Llega un momento en la pequeña historia del Olímpico en que los acontecimientos le superan. Decae la terminología Olímpico y, aún con el mismo entramado de jugadores, cambia de nombre empezando a sonar el de Caspe. Ambas denominaciones se confunden en el tiempo pero no sus componentes, que siguen siendo los mismos y jugando conjuntamente.

En esta transición del Olímpico al Caspe, cuando salían fuera de la localidad, al regreso (la mayor de las veces con victoria) daban una vuelta con el camión por las calles del pueblo cantando el resultado favorable a sus colores. Llegaban por el Coso, subían por la calle Baja a la plaza y calle Mayor, daban la vuelta en la plaza de la Virgen, volvían a bajar por la calle Mayor hasta el Ayuntamiento, donde paraba la comitiva y gritaban: "¡¡Queremos campo!! ¡¡Queremos campo!! ¡¡Queremos campo!!" Una vez cumplido el ritual volvían cada uno a sus casas. Fue presagio de lo que sucedería a corto plazo. El eco que causaba en la población sirvió de acicate para dar el definitivo empuje a esta idea pretendida largamente por los aficionados. Este es uno de los pasajes que con más emoción recuerdan aquellos que lo vivieron.

El fútbol escolar vive ajeno a esta serie de cambios, pero no se detiene, palpita en la retaguardia, sigue su propio rumbo, jueguen organizados o simplemente por el sublime placer de divertirse.

El equipo de Acción Católica toma un renovado impulso bajo la dirección del padre Mariano Catalán. Participa en varias jornadas deportivas con otros representantes de la comarca (Fabara, Alcañiz...). Un partido jugado en Caspe en noviembre de 1946 entre los conjuntos de Acción Católica de Caspe y Alcañiz finaliza con victoria local por tres goles a uno.

Al mismo tiempo, se produce un movimiento infantil, desordenado al principio pero que constituirá después la base para un futuro recambio. Cuando sale un grupo de chicos con una afición común y un mismo propósito todo depende de las ganas e ilusión que tengan, del espíritu de sacrificio que manifiesten y del eco que encuentren en personas u organismos para apoyar y guiar por recto camino la esencia de aquella inclinación.

Los chicos, y en esto no cambian las costumbres, juegan en las calles o en las eras, como por ejemplo las que había debajo de la Torre de Salamanca, conocidas como "las del Tío Pardo". Allí se citaban cuadrillas de mozalbetes para enfrentarse entre sí. Estos muchachos que viven en la misma zona, parte alta del pueblo, se unen después en un solo grupo y juntos deciden organizar una peña formalmente establecida a la que ponen el nombre de "Cantera", atendiendo al cerro rocoso situado al norte del barrio y tras la ermita de San Roque. Al poco tiempo, y sin solución de continuidad, se forma la "Plaza" y demás peñas: "Jalón", "Herradura", "Cruz del Horno"...

En Caspe convive una generación de chavales que constituirán por sí mismos una etapa en la historia del fútbol local.

Con respecto a la Federación, las principales categorías de la regional aragonesa estaban divididas:

- Tercera División Grupo V: Huesca, Tauste, Mequinenza, Belchite, Arenas, Atlético, Escoriaza y Numancia (más Lérida y Tudelano). - Primera Regional: Teruel, Levante, Torrero, Borja, Triasu y Ejea.
- Segunda Regional: Utebo, Salduba, Celta, Amsa, Tudor, Hispano, Gállego, Ebro, San José y Eléctricas.


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